La política internacional de Estados Unidos durante el presente mandato de Donald Trump se caracteriza por un enfoque que, más que responder a los principios de la deliberación racional y comunicativa promovidos por Jürgen Habermas, siguió una lógica propia de la teoría de juegos. Esta teoría, ampliamente utilizada en el análisis estratégico, postula que los actores toman decisiones basadas en la maximización de sus beneficios dentro de un sistema competitivo, en lugar de buscar consensos basados en el diálogo y la cooperación. La administración Trump se aparta del multilateralismo y la cooperación internacional, elementos esenciales para la estabilidad global, en favor de una política exterior basada en la confrontación, la imprevisibilidad y la negociación de suma cero.
Desde los primeros días de su gobierno, la política exterior de Trump evidenció una tendencia al unilateralismo. El retiro de los Estados Unidos de acuerdos fundamentales, como el Acuerdo de París sobre el cambio climático, el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio con Rusia y la retirada del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, mostró un rechazo a los mecanismos multilaterales que tradicionalmente habían sido pilares de la diplomacia estadounidense. En términos de la teoría del juego, estas decisiones pueden interpretarse como estrategias de «amenaza creíble» o «señales estratégicas», donde Estados Unidos buscó reforzar su posición negociadora mediante actos de disrupción.
La administración Trump también está siendo marcada por una serie de decisiones contradictorias que reflejaban el caos interno dentro de su estructura de gobierno. En menos de cien días, la Casa Blanca experimentó múltiples cambios en su equipo de asesores y una falta de coherencia en las decisiones de política internacional. Por ejemplo, mientras Trump abogaba por la retirada militar de Siria, su administración ordenó ataques aéreos en respuesta a supuestos ataques químicos por parte del régimen de Bashar al-Ásad. Esta inconsistencia revela una política exterior que no respondía a principios coherentes de gobernanza global, sino a una lógica transaccional en la que cada decisión se tomaba con base en beneficios inmediatos y no en una estrategia a largo plazo.
En este contexto, la creciente influencia de actores no estatales y figuras empresariales como Elon Musk en la esfera del poder estadounidense subraya la erosión de la burocracia tradicional y del proceso institucionalizado de toma de decisiones. La llamada “desburocratización” del aparato gubernamental que promete Trump favorecerá la concentración del poder en figuras que no necesariamente representaban los intereses del Estado en su conjunto, sino sus propias agendas económicas e ideológicas. Por ejemplo el caso de Elon Musk, con su ascenso a una posición de influencia tanto en la industria tecnológica como en las políticas espaciales y de telecomunicaciones, representa un ejemplo de cómo la política estadounidense comenzó a depender más de empresarios que de diplomáticos o expertos en relaciones internacionales.
Esta tendencia hacia un modelo de gobernanza basado en la improvisación y la influencia de actores privados, debilitó el papel de Estados Unidos como garante del orden mundial hegemónico. En términos de la teoría del juego, este fenómeno puede interpretarse como un cambio en la estructura de poder global, en el que Estados Unidos ya no actúa como un jugador dominante con estrategias claras de disuasión y hegemonía, sino como un actor cuya falta de consistencia genera oportunidades para la emergencia de un sistema multipolar. En este nuevo orden, las potencias regionales como China, Rusia y la Unión Europea han ganado margen de maniobra y han comenzado a ocupar el vacío dejado por Estados Unidos en áreas clave del comercio, la diplomacia y la seguridad internacional.
En conclusión, la política internacional de Donald Trump, en su primer mandato y el actual, no sólo marca un quiebre con la tradición multilateralista de Estados Unidos, sino que también reveló un enfoque estratégico basado en la lógica de la teoría del juego, donde las decisiones se tomaban en función de ventajas tácticas y no de un compromiso con la estabilidad global. La confusión y la falta de coherencia en la administración Trump, sumadas a la influencia creciente de actores privados y la erosión de la burocracia estatal, han acelerado el tránsito hacia un mundo multipolar en el que el liderazgo estadounidense ya no es incuestionable.
En este contexto, el conflicto palestino-israelí y la ascendente influencia de actores como Elon Musk evidencian cómo Estados Unidos ha abdicado progresivamente de su rol de mediador global, dejando a la deriva procesos de pacificación y debilitando el orden internacional que antes sostenía. La falta de una política exterior coherente es un verdadero riesgo para la estabilidad mundial y ha abierto la puerta a la consolidación de nuevas potencias que ahora compiten por el control geopolítico entre ellas Rusia con su guerra en Ucrania y China con su enorme influencia global.