“Para nuestra patria, pobre cual ala de perdiz, libros sagrados… y una herida en la identidad.”- Mahmoud Darwish (1941-2008)
En una visita a mi bisabuela en Ciudad de México, cuando el recuerdo del COVID-19 aún dolía, sólo una mirada bastó para sumergirnos en la siguiente historia.
–“Esos profundos ojos tuyos… tan turcos como los de tu abuelo”– recitó absorta en su reminiscencia mientras me contemplaba acercándome hacia ella. Un atisbo de asombro, un abrazo infinito, una memoria a largo plazo y un sentimiento histórico por una vida jamás olvidada.
Y así fue cómo sin buscarlo, nuestra identidad hace su magia para reencontrarnos con nuestra raíz en un viaje en el tiempo de más de medio siglo, pues nunca hubiera imaginado que mis ojos pudieran dar paso a una tarde de domingo encantadora llena de relatos y anécdotas familiares compartidas por una persona a la que tanto admiro.
Desempolvamos los retratos guardados, me habló de los poemas que le recitaba su padre, de los largos paseos a caballo con mi entonces joven bisabuelo, y de la primera vez que sostuvo en brazos a mi padre, su primer nieto. Por momentos, aquellas personas dejaban de ser solo fotografías dormidas en un baúl y cobraban la vida de lo que siempre fueron: mis ancestros, mis raíces, mi origen.
En contra del buen pronóstico, mi abuelo no fue el pretendiente que ella hubiera deseado para mi abuela, su hija. Mi bisabuela, de origen criollo-europeo, veía todo lo relacionado con Oriente Medio como algo negativo, seguramente influenciadas por su contexto socio-cultural, ya que desde Occidente era visto como una zona geográfica atrasada, con costumbres demasiado «distintas» y, por ende, aquel joven palestino, de piel clara de olivo y mirada “turca”, como diría ella, no era digno de su bendición pero, precisamente fue su alma humilde unida a su mente prodigiosa la que lo hizo brillar en la sociedad de su época y ganarle el terreno a la hostilidad de todo aquel que se lo puso difícil.
Yo joven del nuevo siglo, salvadoreño de nacimiento y jerga, pero sangre árabe y corazón mediterráneo, de allá donde la tierra manaba leche y miel: mi Palestina. Y activista de las causas justas. Los sentimientos no entienden de geografía y los sueños no se sellan en un pasaporte, y sin vivir todo aquello que me antecedió, mis latidos ya gritaban por una causa que mis ojos aún no pueden. Es el momento en el que se comprende que en cada resquicio de nuestra esencia nos vestimos de fragmentos de quienes nos preceden.
Se dice que la identidad es el conjunto de características y rasgos que nos diferencian de los demás. En términos étnicos, podría definirse como la sensación de pertenencia a un grupo determinado: amerindios, chinos, árabes, o cualquier otro pueblo. Sin embargo, yo me atrevería a redefinir el término con un enfoque más subjetivo. La identidad se modifica y cambia con el tiempo, con nuestro desarrollo como individuos. Se es de donde se siente que se pertenece. Para mí, la identidad puede ser un país, un kuffiyeh1, un bello tatreez2, una religión —cristiana o musulmana—, un baile de dabke3, un poema de Darwish, la receta de maqluba4 de mi madre o el cántico alegre de mi padre tarareando Ya Mustapha5. La identidad es cambiante, no es fija, y es válido sentirse parte de un pueblo, de otro o de ambos.
Mi bisabuela, sin darse cuenta, me ayudó a reencontrarme. Ya sé de donde vengo, y también adonde quiero ir. Quiero seguir unos pasos que me lleven hacia lo que soy. Soy la unión de dos culturas y el resultado de dos historias, de personajes de un cuento difícil y del amor de un pasado forjado por los sueños que se pueden conseguir.
Este proceso de autoidentificación no siempre es fácil. En ocasiones, se nos obliga a suprimir partes de nosotros mismos para encajar. Mi abuelo lo vivió de primera mano. A través de sus hermanas supe que, en El Salvador, la primera mitad del siglo XX fue hostil hacia la inmigración palestina.
El apelativo de «ojos turcos» que me dio mi bisabuela encierra una historia compleja. Durante mucho tiempo, en El Salvador, se llamó «turcos» a los inmigrantes palestinos porque los primeros en llegar portaban pasaportes del Imperio Otomano. Pero con el tiempo, la palabra adquirió connotaciones xenófobas. Mi abuelo, nacido en 1931, recibió un pasaporte expedido por el Mandato Británico de Palestina, pero la etiqueta de «turco» lo acompañó toda su vida.
En marzo de 1929, las reformas a la Ley de Extranjería salvadoreña impusieron restricciones a los inmigrantes palestinos. En un artículo de la época se leía:
«El país está de plácemes por haberse emitido el decreto que prohíbe la entrada a la República a los chinos y a los árabes, palestinos o turcos como generalmente se les dice, por considerárseles perniciosos.» , fuente: Isabel M. Cromeyer, “Ya no vendrán más turcos ni chinos al país”, tomado de Diario del Pueblo, 25 de abril de 1929.
Décadas después, la comunidad palestina en El Salvador logró integrarse y reivindicarse. Sin embargo, la identidad sigue siendo un viaje complejo. No se trata de elegir entre un pueblo u otro, sino de aceptar que somos el resultado de múltiples influencias.
La identidad es como una viajera: cambia de ruta, de paisajes, de lenguas y de culturas, pero nunca pierde su esencia. Se orienta más allá de las fronteras y se alimenta de la historia personal y del contexto en que se vive. Al final del día, todos compartimos un mismo planeta. Las diferencias que nos separan son, paradójicamente, lo que nos une.
Como dijo Thor Heyerdahl: «¿Fronteras? Nunca he visto una. Pero he oído que existen en las mentes de algunas personas.»
La identidad es mi amiga, mi brújula. Me recuerda quién soy y de dónde vengo. Nadie debería avergonzarse de su origen, de lo que siente o de lo que puede llegar a ser.
Soy «los ojos turcos» que recuerda mi bisabuela. Aunque nunca haya pisado Palestina, mi ser siempre tendrá un pedazo al otro lado del mar.
Moisés Saca,
Defensor de una historia, heredero de una causa. El Salvador, C.A.
Glosario
- Kuffiyen: Pañuelo tradicional de Oriente Medios. ↩︎
- Tratreez: Bordado palestino con símbolos como aves, árboles y flores. ↩︎
- Dabke: Baile tradicional del folclor palestino, libanés, sirio y jordano. ↩︎
- Maqluba: Palto palestino de arroz y otros ingredientes. ↩︎
- Ya Mustapha: Canción egipcia popularizadas por el cantante libanés Bob Azzam en 1960. ↩︎