Gaza, genocidio y el mal moral

Un reciente ataque de Israel al campamento de refugiados de Al-Mawasi, cerca de Khan Younis. Este lugar habría sido declarado como “zona segura” por el mismo ejército de ocupación. Este ataque se suma al de unas semanas atrás en una escuela Palestina, que dejó más de 100 muertos. Se estiman en más de 40.000 los muertos por los ataques constantes de Israel en la Franja de Gaza.

Gaza era, hasta antes de los ataques de Israel, uno de los lugares más densamente poblados del mundo, con un alto índice de pobreza. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA), el 80% de la población depende de la ayuda internacional y el 90% del agua no es apta para el consumo humano. Además, el 80% de sus residentes son refugiados de conflictos anteriores.

Al inicio de los ataques israelíes, se estimaba razonablemente que Israel tenía el derecho a defenderse por haber sido objeto de ataques sistemáticos a civiles por parte de Hamás. En el contexto de la ética de la guerra, se aceptaba que una respuesta a este ataque sería una causa justa para iniciar acciones bélicas. Dichas acciones no permitían, sin embargo, una respuesta desproporcionada e indiscriminada. Con el pasar de los días, Israel intensificó sus ataques, los cuales por lejos sobrepasaron cualquier medida razonable de proporcionalidad y discriminación: se establecieron explícitamente, como blancos militares, escuelas, hospitales, y caravanas de ayuda humanitaria. Los francotiradores explícitamente mataban a periodistas, niños y trabajadores humanitarios. Las restricciones morales tradicionales de la teoría de la guerra justa fueron ostensiblemente transgredidas para dar paso a una violencia ilimitada.

¿Cómo dar sentido de este mal moral? ¿Qué ha pasado con las condiciones mínimas de respeto por los bienes morales más esenciales de la persona humana? El primer punto que podemos señalar, antes de entrar en la cuestión más espinosa sobre la naturaleza moral de lo que está pasando en Gaza es el fracaso de la comunidad internacional, del derecho internacional, y de la ética tradicional de la guerra. La comunidad internacional se ha demostrado absolutamente impotente de detener la masacre en Gaza. De nada sirven los alegatos de la mayoría de los representantes de la comunidad internacional si Europa y Estados Unidos están empecinados en apoyar a Israel. De nada sirve un cuerpo de derecho internacional humanitario si éste no puede ayudar a detener la masacre. De nada sirve afirmar que Israel ha violado sistemáticamente los principios del Ius in Bello y del Ius ad Bellum si no tiene ninguna motivación intrínseca ni ningún incentivo externo (en virtud de la presión internacional) a cumplir con ellos. 

No entraré en la cuestión sobre la responsabilidad moral de los países que apoyan a Israel (notablemente Estados Unidos y las potencias occidentales de Europa como Alemania y Reino Unido). Sin duda ellos son cómplices. Sí entraré en torno a la calificación moral de lo que, luego de meses de masacre y más de 40.000 muertos, podemos calificar como genocidio.

¿Es genocidio lo que está haciendo Israel? Me parece que sí. La calificación de genocidio no es una cuestión simple de afirmar, toda vez que, por ejemplo, la Corte Penal Internacional (CPI) no ha acusado a Israel de este cargo, como así tampoco la Corte Internacional de Justicia (CIJ). En concreto, los cargos que ha presentado la CPI, son: crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, entre los que se encuentran el asesinato selectivo de civiles, producir deliberadamente hambruna en la población civil, persecución, entre otros. El genocidio, según el Estatuto de Roma de la CPI, define, en su artículo 6, el genocidio como actos contra un grupo humano tales como matanza, lesiones graves, sometimiento a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, entre otros, que tengan “la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Todo lo anterior está ocurriendo, al menos, desde la intensificación de los ataques israelíes en Gaza.

Todos los actos por los que se está acusando a Israel constituyen genocidio cuando la intención es la eliminación de un grupo humano por razones naciones, étnicas o raciales. Las evidencias son múltiples. Por una parte, la deshumanización de los palestinos que aparecen en los discursos de cierta parte de la sociedad israelí, como así también de sus líderes. Estos discursos aparecen de vez en cuando en los registros de intervenciones de estos líderes, como también en los registros de los soldados que están interviniendo en la masacre. Por ejemplo, las palabras de Amihai Eliyahu, ministro de Netanyahu, cuando planteó que lanzar una bomba atómica sobre Gaza era una de las posibilidades. ¿Qué tipo de concepción sobre los palestinos y su humanidad reflejan esas palabras? O las innumerables frases de Ben Gvir, cuando señaló, por ejemplo, que todos los árabes que no sean leales a Israel deben ser expulsados. O cuando defendió – y defiende – públicamente al terrorista israelí Baruch Goldstein, que asesinó a 29 palestinos musulmanes e hirió a otros 125. O cuando participó entre enfrentamientos entre colonos israelíes y palestinos, solicitando a la policía que disparara a los palestinos, además de gritarles: “los dueños de la tierra somos nosotros”. Es cierto que muchos de estos incidentes ocurrieron antes del 07 de octubre del 2023, pero reflejan una concepción deshumanizante del palestino y del árabe musulmán. Esta forma de ver está claramente manifestada en un grupo importante de colonos israelíes, y él, como parte del gobierno y del establishment político israelí, refleja también la concepción del gobierno. La evidencia, entonces, de una concepción contraria a los palestinos de Gaza como grupo humano nacional, étnico y religioso, de parte del gobierno y de parte de la sociedad israelí (cuyo ejemplo paradigmático son los colonos) es clara. Estamos, entonces, en presencia de un genocidio, y no sólo de crímenes de guerra y contra la humanidad.

Por otra parte, también la forma misma de conducir la guerra genera nueva evidencia que, sumada a la intención y la concepción deshumanizante que hemos visto, hace más clara la presencia de un genocidio. Los bombardeos a hospitales, escuelas, campos de refugiados y sectores de ayuda humanitaria demuestran que la intención de las fuerzas israelíes no es simplemente acabar con Hamás, sino también con el pueblo palestino en Gaza. Los mismos lugares que las fuerzas israelíes establecen como lugares de refugio son también bombardeados. 

El genocidio del pueblo palestino tiene una larga historia. Lo acontecido desde la respuesta a los ataques de Hamás son sólo una concreción más rápida de la culpabilidad del estado de Israel. La historia de los bombardeos y las guerras no comenzaron el 07 de octubre de 2023. De la misma manera que la mentalidad deshumanizadora contra los palestinos. Los dichos de Ben Gvir se extienden desde mucho antes, y reflejan una mentalidad que no surge con él. Las numerosas resoluciones de Naciones Unidas condenando las acciones de Israel en diversos conflictos contra Palestina son un antecedente adicional. Los comunicados informando y condenando el uso de fósforo blanco en el conflicto van en la misma línea. 

La concepción deshumanizadora del pueblo palestino, en cuanto grupo nacional, étnico y religioso es la que explica, en algún sentido, la crueldad no sólo de la política del estado de Israel sino también de quienes pelean esta guerra. Y esta deshumanización no puede darse, sin a su vez que el perpetrador se deshumanice también. Para matar en una guerra, y celebrarlo (como reflejan varios testimonios de los mismos soldados israelíes en redes sociales) se requiere sistemáticamente que quien mata a otro de manera gratuita y sin justificación ético-militar (porque, por ejemplo, las víctimas son niños, trabajadores humanitarios, periodistas o cualquier civil no combatiente) niegue al otro su naturaleza humana. Jonathan Glover, en su libro Humanidad e Inhumanidad, plantea que el perpetrador pierde su natural empatía: “el otro no es alguien como yo”. Además, el perpetrador, en no pocas ocasiones, se encuentra en una situación, lejos de su cotidianidad, en que su propia identidad moral se ve desdibujada: “no soy yo quien hace estas cosas”. En algunos casos, es la guerra que promueve la deshumanización de los soldados. En otros casos, como en el genocidio al pueblo palestino, es un relato sociopolítico que se promueve, como en el caso de Eliyahu y Ben Gvir, desde el mismo núcleo del poder político israelí.

La deshumanización del soldado israelí es reflejo de esta mentalidad. En su libro Matar, Daniel Grossman señala que la actitud natural del ser humano, que comparte también con los demás animales no humanos, nunca es atacar a matar. E incluso antes de atacar, privilegia la postura amenazante. Este comportamiento se manifiesta también en la guerra. La persona tiene, en este sentido, una empatía natural en la que, llegado el momento de matar, se inhibe. El libro de Grossman señala cientos de casos en los que los soldados emulan una postura amenazante o posturean el estar disparando, sin hacerlo realmente. Lo más propio de la persona es negarse a matar. El tener la disposición de hacerlo supone un proceso de deshumanización, de pérdida sistemática de la empatía natural.

Los acontecimientos en Gaza revelan una violación flagrante de los principios fundamentales de la ética de la guerra y del derecho internacional, y revelan, a su vez, su fracaso. Estos hechos constituyen un drama moral social e internacional de gran escala, a la par de los más terribles sucesos ocurridos en el siglo XX. La deshumanización sistemática del pueblo palestino, evidenciada en las acciones y discursos de líderes y soldados israelíes ha promovido una violencia histórica y sistemática que puede ser calificada de genocidio. Esta calificación es relevante para efectos de establecer una caracterización de los hechos, además de eventuales consecuencias jurídicas. Pero, independientemente de ella, estamos frente a un mal moral sin precedentes, donde todas nuestras categorías normativas no dan abasto frente a una tragedia sin nombre.

Fernando Arancibia-Collao, es Doctor en Filosofía y Profesor del Instituto de Éticas Aplicadas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Sus áreas de interés académico son la ética de la economía y la ética de la guerra. Entre sus publicaciones sobre la ética de la guerra se encuentra: Economic Sanctions, Well-being, and the duty to trade.

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