Ese Cristo de Jerusalén muere en Palestina y debemos dejarle resucitar

La muerte de Cristo siempre ha sido un espectáculo, o bien cargado de morbo, o bien envuelto en incredulidad, como si la maldad humana no pudiera llegar tan lejos. Sin embargo, en el lecho de su agonía se revela algo esencial, mientras todo un pueblo lo abucheaba y lo trataba como a un criminal, su madre, María, permanecía de pie, mirándolo, sin abandonarlo ni siquiera en el momento más oscuro. Ni siquiera cuando él exclamó Padre, ¿por qué me has abandonado? En ese instante de máximo dolor por la profunda soledad, su madre estaba con él, al pie de la cruz. Esa sola presencia bastó para que la humanidad no perdiera del todo la fe en el ser humano.

Me pregunto, entonces, si en medio de tanta maldad del hombre contra el hombre, aún queda una luz capaz de sostener la esperanza de que el corazón humano está bien hecho.

Un político se lavó las manos y entregó a un inocente al juicio del pueblo y a la tortura sistemática del imperio Romano. Ese político fue Pilato. Hoy, Pilato sería ese presidente que promueve el éxodo masivo de migrantes —especialmente latinos— de regreso a sus países de origen, que restringe la ayuda económica y no se inmuta al afirmar que otras naciones le lamen el culo. El Pilato de hoy nos propone adueñarse de Gaza, expulsar a los palestinos “por su propio bien”  y reformar ese territorio caído en desgracia burlándose en redes sociales. Y veo, una vez más, cómo el mal vuelve a disfrazarse de bien. Porque una de sus astucias es proponer un falso bien, una mentira envuelta en promesas de orden, de paz, de justicia. Pero no lo es. Es más del mismo mal.

El poder religioso de Israel convenció a los suyos de que la muerte de Jesús sería una solución. Hoy, muchos siguen creyendo que la muerte del otro puede solucionar algo. El mal llega tan lejos que incluso se justifica asesinando niños, separándolos de sus padres, dejando viudas y huérfanos.

El mal tiene eso, convence, se justifica, manipula, se disfraza de sensatez. Es astucia frente a un bien que, en cambio, resiste. Como María, que se mantuvo firme al pie de la cruz. Como el silencio del inocente, cuando Jesús no pronunció palabra mientras lo juzgaban. Su silencio era el mejor argumento. Su muerte no era necesaria para “salvar” al pueblo de un falso profeta, sino para redimir a la humanidad entera, para proclamar que el amor siempre vence. Su sacrificio, como cordero degollado, es la expresión más alta del amor. Y mientras unos intentan hacer de su muerte un espectáculo, otros saben bien a quién mirar. Como la canción de la británica Birdy God knows what is hiding in this world of little consequence /Behind the tears, inside the lies porque debemos dejar que la verdad este detrás de las lagrimas y dentro de la mentirá para que un día resurja.

Cristo es hoy el pueblo de Palestina, que clama al cielo Padre, ¿por qué nos has abandonado?, mientras tantas Marías permanecen firmes, intentando mostrar al mundo que, aunque pidan su crucifixión, la muerte de Palestina también tendrá su momento de gloria.

La sangre vertida es agua fértil, hará resurgir el corazón del ser humano. Porque Jesús no murió para siempre. Resucitó al tercer día para mostrar que el mal de turno no puede vencer al bien permanente.

Hay algo que me conmueve del relato cristiano, que Jesús, sabiendo lo que le esperaba, eligiera morir ahí, en su tierra, junto a sus verdugos. No huyó de la muerte. No evitó el mal. Lo enfrentó. El bien, aunque no siempre lo veamos, nunca deja de vencer. Me recuerda el poema sólo quiero estar en su seno de la poeta palestina Fadwa Tuqan que comienza Sólo quiero morir en mi tierra/ Que me entierren en ella.

Estoy convencido de que llegará el tercer día de Palestina. Y seremos testigos de cómo nuestra humanidad se redime. La resurrección de un pueblo no implica la muerte de otro, como muchos pretenden. Al contrario, la vida, cuando es verdadera, arranca la venda de los ojos y desenmascara al poder que convence de que el otro es un mal. El bien, en su silencio y en su presencia, nos muestra que el otro es siempre un bien. Porque el corazón del ser humano es el mismo en cada uno de nosotros. Y cuando se asesina a un niño o se arranca de su tierra a una familia, se lo están haciendo a sí mismos.

El día en que ese pueblo resucite será el día en que ya no se apunte a otro ser humano con un arma, sino que nos dirijamos al otro con el poder de un abrazo, con la urgencia del afecto. La ternura urge, como cuando el Papa Francisco, al ver a un israelí y un palestino abrazarse, dijo Han tenido el coraje de abrazarse. No es un gesto sin dolor. Ese abrazo es un proyecto de futuro. Canta David Bowie en Five Years la historia de que estamos al borde del fin del mundo donde quedan solo cinco años. En ese estado de shock, en el mismo estado de hoy que vemos como el mundo se cae a miseria, empieza a observar con una ternura nueva a toda la gente los fat-skinny people, los nobody y los somebody. Y en esa contemplación I never thought I’d need so many people entiende que redimir es un mirar de nuevo a todos, a los que son alguien y a los que no son nadie. la humanidad, en su diversidad y en su completa fragilidad es lo único que merece ser salvado.

Seguimos viviendo en el Calvario. Pero sabemos que ese futuro llegará. El domingo de Resurrección tiene que llegar. Por favor, dejemos que el Viernes Santo acabe. Y que la promesa se cumpla. No les dejemos solos, que no venza el lamento del Dios por qué me has abandonado.

SÓLO QUIERO ESTAR EN SU SENO de Fadwa Tuqan (Nablus – Palestina)

Sólo quiero morir en mi tierra,
Que me entierren en ella,
Fundirme y desvanecerme en su fertilidad
Para resucitar siendo hierba en mi tierra,
Resucitar siendo flor
Que deshoje un niño crecido
En mi país.
Sólo quiero estar en el seno de mi patria
Siendo tierra
Hierba
O flor.
Felipe Román, abogado y poeta. Autor de la entrevista a Julio Más Alcaraz sobre "Ser multitud" publicado en Palestine.com

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