En este artículo la abogada chilena, Nadia Silhi Chahin, cuenta lo que la escritora libanesa Joumana Haddad en un ocasión publicó en su notable ensayo “Yo maté a Sherezade. Confesiones de una mujer árabe furiosa”, hace poco más de una década.
Fue entrevistada por una periodista occidental que le manifestó no saber que las mujeres árabes estaban furiosas, ante lo cual Haddad le contestó “pero ése es su problema, no el nuestro”. Y es que efectivamente, las mujeres árabes, entre ellas las mujeres palestinas, han sido no vistas en el llamado occidente. No vistas, es decir, idealizadas o demonizadas, frecuentemente exotizadas y siempre disminuidas.
Esto obedece a lo que el intelectual palestino Edward Said explicó en su obra Orientalismo allá por 1978. El orientalismo es justamente la forma en que el llamado occidente concibe y representa al llamado oriente. Este oriente sería, a estos efectos, el mundo árabe–islámico. El orientalismo se funda en una visión binaria del mundo. Lo divide en dos, occidente y oriente, y a cada una de estas mitades le adjudica unas ciertas características permanentes, inmutables, estáticas, atemporales. Mientras el primero representa la civilización y el progreso, el segundo representa la barbarie y el retraso.
Desde luego se omite la diversidad del mundo árabe–islámico. Se ignora, por ejemplo, que la mayoría de los musulmanes del mundo (concepto que alude a una identidad religiosa) ni siquiera son árabes (concepto que alude a una identidad étnica), aunque la mayoría de los árabes sí que son musulmanes. O se ignora la diversidad étnica que hay en el mundo árabe (un concepto geográfico que corresponde a la Península arábiga y cuya lengua es el árabe), que nunca ha sido habitado sólo por árabes, sino también por otros pueblos como los bereberes en el Norte de África o los armenios en el Medio Oriente.
Por supuesto esta ignorancia no es casual, sino que ha sido el sustento de las ambiciones coloniales de Europa y Estados Unidos, el occidente. Ha sido la forma de los blancos para dominar a los árabes–musulmanes. Oriente es una invención occidental, oriente se crea a partir de occidente. Esto es análogo al concepto de alteridad que encontramos en Simone de Beauvoir para referirse a la construcción del género, donde la mujer es “la otra” del hombre, un apéndice. Acá oriente es el otro de occidente.
Y por eso el orientalismo es decidir sobre oriente, enseñar sobre él, representarlo y colonizarlo. Así, mientras el occidente estaría conformado por seres racionales, respetuosos de los derechos y de las libertades, el oriente se conformaría por seres irracionales, maltratadores de mujeres y homofóbicos.
Las mujeres del oriente, a su turno, serían seres pasivos, sexualmente reprimidos, ignorantes y no conscientes de su propia opresión. Entonces, si bien occidente se deleita con esos “bailes del oriente”, “comidas del oriente”, etc., en realidad, al final del día, disfruta y juzga todo aquello desde una cierta superioridad.
América Latina, y dentro de ella Chile, no es una excepción a todo lo anterior. Aunque una podría pensar que los latinos, también colonizados, también víctimas del imperialismo, sienten una cierta hermandad con los árabes, mi experiencia no es precisamente ésa. Si bien la realidad de los diferentes países latinoamericanos no es idéntica, en general creo que se han replicado esas ideas asentadas en Estados Unidos y Europa sobre el oriente que a los latinos realmente les sirven de poco.
Así, el orientalismo ha hecho que los latinos sientan pena por las pobres mujeres árabes oprimidas, a las que al mismo tiempo se imaginan practicando la danza del vientre –algo que no representa nada a la gran mayoría de mujeres árabes–. Incluso en Chile, país que alberga desde hace más o menos un siglo a la comunidad palestina más grande fuera del mundo árabe, donde el 99% de ellos son cristianos, he tenido que contar varias veces a mujeres feministas que el velo no es signo de opresión patriarcal necesariamente. Cayendo yo misma en este orientalismo que odio, ya que como el resto de los palestinos de Chile provengo de una familia cristiana y por ende ninguna mujer de mi familia usa ni usó velo. Sin embargo, al ser la árabe, tengo que hablar de los velos y del Islam. Y de la danza del vientre, claro.
La verdad es que yo preferiría hablar de otras cosas. Preferiría hablar de cómo las mujeres árabes se organizaron en sus diferentes países, como Egipto, Líbano, Siria y Palestina, entre finales del siglo XIX y principios del XX, para hacer parte de la lucha de liberación nacional local y poner fin al dominio colonial europeo, a la vez que luchaban por sus propios derechos: a ser educadas, a votar, etc. Es decir, reivindicaciones típicamente feministas.
Quisiera hablar de cómo es que, si bien para las mujeres de todos los países árabes, salvo de Palestina, estas luchas cambiaron una vez que alcanzaron la independencia sus países y las reivindicaciones feministas pasaron a ser otras, algo similar a lo que ocurrió con los movimientos feministas en el Chile que pasó de la dictadura a la democracia, las mujeres palestinas continúan llevando a cabo esta doble lucha contra el patriarcado y contra la opresión colonial israelí.
Los palestinos a la fecha no han conocido el Estado nación como forma de organización política y se les niega el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Su territorio histórico está absolutamente controlado por el Estado de Israel, que comete allí el crimen de lesa humanidad de apartheid y, siendo ellos la población racializada, tienen más o menos derechos dependiendo de en qué zona geográfica se encuentren, pero nunca, en ningún caso, tendrán los mismos derechos que una persona que el Estado considere como judía, da igual de qué parte del mundo sea.
Yo quiero contar que las mujeres palestinas han estado activamente luchando por la liberación de su patria desde que ésta estaba bajo el mandato británico, que no importaba qué religión tuvieran, porque trabajaban todas juntas y participaban de las huelgas, las manifestaciones y los boicots. Que las mujeres palestinas desde los campos de refugiados se unieron también a la resistencia armada y así fue como Leyla Khaled ha pasado a la historia como la primera mujer del mundo en secuestrar un avión. Las mujeres jugaron un rol central en la desobediencia civil durante la Primera Intifada, en 1987.
Siguiendo con estos hitos, en 2019 se conformó el Talaat, un movimiento de mujeres que agrupa a las palestinas con las diferentes tarjetas de identidad que el régimen israelí les ha otorgado en este intento de segregación y expulsión del pueblo palestino, además de a las refugiadas en el exilio, y que se definen a sí mismas como feministas interseccionales que luchan contra las diferentes formas de opresión de las mujeres: el colonialismo y el patriarcado, pero también el capitalismo y el racismo.
También hay organizaciones palestinas que defienden los derechos de la diversidad sexual, como Aswat y Al Qaws. Éstas han tenido un rol fundamental en desmitificar aquella propaganda del apartheid israelí conocida como pinkwashing, que consiste en exaltar las bondades de Israel presentándolo como un paraíso de los derechos de la diversidad sexual.
Lo que no es otra cosa que una forma de ocultar que comete crímenes de guerra todos los días contra los palestinos. El Estado de Israel utiliza el orientalismo para justificar su empresa colonial, racista y nacionalista. Para justificar la expulsión sistemática desde hace más de 74 años de los palestinos de su tierra y la instalación en su lugar de colonos provenientes de todas partes del mundo. Para justificar los bombardeos a la población civil, las denegaciones de permiso a las enfermas de cáncer de mamas en Gaza que necesitan romper el bloqueo que les ha impuesto Israel hace 15 años para poder optar a tratamiento médico porque no permite tampoco entrar equipos de radioterapia a la franja. Para justificar la tortura, la detención administrativa, las ejecuciones extrajudiciales, las demoliciones de viviendas, los niños en prisión.
Para todo esto, Israel se representa a sí mismo como un baluarte de los valores occidentales en el corazón del oriente salvaje. Un baluarte de la civilización en medio de los bárbaros. Un Estado joven, democrático, potencia tecnológica, respetuosa de las diversidades sexuales, en medio de regímenes autoritarios y corruptos, donde las mujeres y las disidencias son violentadas.
Yo no sé si exista algún lugar del mundo donde las mujeres y las disidencias hayamos alcanzado nuestros derechos y vivamos seguras y libres. Lo que sí tengo claro es que todas las ventajas del apartheid israelí sólo alcanzan a su población judía. Para la mayoría de las palestinas ni siquiera existe el derecho a entrar a su tierra y mucho menos a permanecer allí. ¡Ni siquiera nos permiten ser espectadoras de ese dechado de virtudes!
Las palestinas tienen sus voces, historias, memorias y narrativas. Son campesinas, trabajadoras, profesionales, artistas, deportistas, políticas. Son del campo y de la ciudad, de dentro de Palestina o refugiadas en el exilio, de derecha y de izquierda, ricas y pobres. Son voces diversas pero que tienen un punto común: todas han sufrido el despojo a causa de un proyecto colonial europeo en su tierra. Y con las herramientas de hoy en día, no es difícil acceder a estas voces. Las palestinas no necesitan que hablen por ellas. Como compañeras, con las mujeres latinoamericanas podemos mirarnos y construir alianzas solidarias contra el patriarcado, el colonialismo, el racismo y el capitalismo.