La interrupción violenta de la vida en Palestina y el desgarro de su tejido social en 1948, son fenómenos continuos que impactan en todos los aspectos del trabajo intelectual y artístico de su pueblo, tanto en su tierra, como en la diáspora. Historias como “Returning to Haifa”, (“Regresando a Haifa”) de Ghassan Kanafani, y obras de arte como “Broken Weddings”, de Amer Shomali, destacan una dimensión clave de la Nakba; a saber, cómo Israel ha hecho avanzar la legitimación de su proyecto colonial a través de la destrucción, eliminación, expropiación y apropiación del patrimonio cultural palestino.
El artista palestino Amer Shomali presentó su monumental obra, “Broken Weddings”, en la duodécima edición de la feria Art Dubai en 2018. Consta de seis paneles con 9.639 carretes de bordado coloridos montados sobre bases de aluminio y madera. Uno de los paneles forma parte de la exhibición de arte Keyword: Palestine II del Institute for Palestine Studies, realizada en Washington DC y en formato online. Cada panel representa un motivo tradicional de bordado palestino (tatreez) de una aldea específica, despoblada durante la Nakba. La obra de arte se inspiró en la venta de un vestido de novia bordado y sin usar, en una subasta israelí, en 2017. Esa pieza fue subastada por el hijo de un miembro de la Haganah que afirmó haber encontrado el vestido en una casa árabe “abandonada” en 1948.
Otro ejemplo de que el arte es un medio para la expresión de la conciencia política es la novela “Returning to Haifa”, de Ghasaan Kanafani, publicada en 1969. La historia, una versión ficticia acerca de un relato histórico, presenta a una pareja palestina que huye durante la Nakba y, en medio del caos, deja atrás a su hijo de cinco meses. La pareja regresa a su antigua casa tras la guerra de junio de 1967 y la encuentra habitada por un joven vestido con un uniforme militar israelí, quien resulta ser su hijo ya adulto, Khaldun. Kanafani destaca un episodio en su novela donde las fuerzas sionistas confiscaron los libros de Said. Los robos de libros fueron una práctica común durante la Nakba, donde los trabajadores de la Biblioteca Nacional de Israel acompañaban a los soldados cuando entraban a las casas palestinas y recolectaban tantos libros como podían.
Junto con la destrucción de vidas, propiedades, aldeas y centros urbanos durante la Nakba, las tradiciones y cultura material, también se han visto amenazadas por la dispersión y el despojo sufrido por la población palestina. Los artefactos y expresiones culturales a menudo han sido eliminados o apropiados por el Estado israelí en un esfuerzo de “recontextualización” e “institucionalización” en los museos israelíes, algo que bien equivale a genocidio cultural. Una revisión rápida por el panorama de museos israelíes arroja luz sobre las implicancias y consecuencias del genocidio cultural palestino durante la Nakba.
Batalla por la representación
En 1938, abrió sus puertas el Museo Arqueológico Palestino, construido durante el Mandato Británico. Albergaba hallazgos de excavaciones que demostraban la presencia centenaria de la población indígena en el territorio. En 1967, cuando las fuerzas israelíes se apoderaron de Jerusalén Oriental, las Autoridades de Antigüedades israelíes trasladaron sus oficinas al museo, cuya exhibición comenzó a ser administrada por el Museo de Israel. El Museo Arqueológico de Palestina pasó a llamarse Museo Rockefeller, en honor a John D. Rockefeller Jr., el filántropo estadounidense que financió su construcción.
No sólo “Palestina” fue borrada del nombre del museo, sino también el pueblo palestino de su historia. Un folleto publicado por el museo en 2006 evita visiblemente el término “palestino” en la totalidad de su texto, negando que los artefactos en exhibición eran representaciones de los diferentes pueblos y formas de vida que habitaron el territorio, antes de la colonización israelí. Además, el folleto alude a la reconocida familia palestina Al Khalili, a quienes el gobierno del Mandato compró la tierra para construir el museo, como “aristócratas de Hebrón que se establecieron en Jerusalén en el siglo XVII”. Deliberadamente no reconoce a la familia como árabe y/o palestina.
Un examen de otros museos más pequeños en Israel, como el Museo Etzel o el Museo Haganah, también resalta la eliminación política de los palestinos de la narrativa nacional israelí. La comunidad palestina representa más del 20% de la población de Israel, pero se ve incapaz de ubicar su propia historia dentro del paisaje de museos israelíes.
Repensar el futuro
A pesar de los desafíos planteados por la ocupación y la condición diaspórica de gran parte de la población, el pueblo palestino ha podido rechazar la “recontextualización” de su cultura mediante la práctica de diversas formas de resistencia cultural.
La poesía, por ejemplo, ha sobrevivido al genocidio cultural, desafiando las numerosas y repetidas restricciones impuestas por las autoridades de ocupación a la expresión cultural y política. Ocupa un lugar importante en la resistencia cultural palestina debido a la importancia de larga data de esta forma literaria para los pueblos de habla árabe en general. Los poemas palestinos de Mahmoud Darwish, por ejemplo, se recitan en todo el mundo árabe y elevando la narrativa palestina más allá del ámbito del debate político.
El esfuerzo por reconstruir, preservar y comunicar la memoria palestina ha trascendido los límites geográficos de la Palestina histórica. Este impulso colectivo para salvaguardar la memoria cultural es evidente en destacadas obras artísticas y literarias, así como a través de la reciente consolidación del sector profesional de museos públicos en Palestina. Varios establecimientos culturales y artísticos, también se han inaugurado en el hemisferio occidental en los últimos años, como el Museo de Palestina en Connecticut, EEUU y el Museo del Pueblo de Palestina, en Washington DC.
Numerosas asociaciones de base en la diáspora han comenzado a movilizarse internacionalmente, ayudando a alentar los debates en torno a la identidad palestina. En 2019, el Club Unión Árabe Palestino, fundado en 1954 en Perú, organizó su segunda edición de “Taqalid” (“tradiciones”, en árabe), un evento cultural de cuatro días en Lima que reunió a más de tres mil personas de la comunidad palestina en la diáspora, procedentes de una docena de otros países latinoamericanos. Durante un largo fin de semana, un suburbio de Lima fue el epicentro de la diáspora palestina en el hemisferio occidental. Varias actividades culturales, incluido un desfile de moda tatreez, performances diarias de dabke, competencias deportivas, conferencias académicas, experiencias gastronómicas y un mercado de artesanías permitieron a las familias palestinas celebrar su identidad y reconectarse con sus raíces.
Los esfuerzos de los palestinos y sus aliados continúan desafiando el impacto de la Nakba, asegurando el futuro de la identidad cultural palestina en el país y en el extranjero. Se encuentra esperanza en la memoria.
Odette Yidi David
Investigadora y profesora de Universidad colombiana