El niño de Belén volverá a nacer en Palestina

En el mundo cristiano, se cree que Jesús nació y sigue naciendo cada Navidad. ¿Cómo es posible que un hombre ejecutado hace más de 2000 años siga vivo? Este es el misterio de la fe cristiana, la convicción de que Cristo venció a la muerte, y no cualquier muerte, sino la muerte en la cruz, es decir completamente desnudo, torturado y crucificado con clavos en sus extremidades y colgado de un madero, y ha resucitado al tercer día.

Este hombre, Jesús de Nazaret —o Yeshua, cuyo nombre significa «Dios salva»—, es el protagonista de la conmemoración que celebramos cada 25 de diciembre en casi todo el mundo de tradición cristiana. 

Durante su vida, Jesús fue una figura cargada de esperanza para muchos, especialmente para quienes sufrían bajo el yugo del Imperio romano. Sin embargo, esa esperanza se convirtió en decepción para algunos, en particular entre los líderes religiosos judíos, como los fariseos, cuando comprendieron que su mensaje no era exclusivo para los judíos, sino que incluía a todas las naciones. Jesús proclamaba un amor universal, dejando claro: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39) y “Por esto todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Juan 13:35).

Su mensaje era radical y profundamente desafiante para las estructuras de poder religioso y político de la época. Jesús fue, como lo predijo Simeón en el templo durante su presentación: “una señal de contradicción” (Lucas 2:34). 

Actualmente, el Papa Francisco, cabeza de la Iglesia Católica y considerado el representante de Cristo en la tierra, ha realizado gestos significativos. Entre ellos, destaca el nombramiento de Fernando Natalio Chomali Gharib como cardenal, un hombre de origen palestino y nieto de abuelos emigrantes palestinos, un acto que pone en valor las raíces y la dignidad del pueblo palestino dentro de la Iglesia.

Además, el Papa Francisco ha expresado su cercanía al sufrimiento del pueblo de Gaza en sus propias palabras: “Estoy con los desplazados, con los que huyeron de las bombas, con las madres que lloran a sus hijos muertos, con los niños a quienes les robaron la infancia, con todos aquellos que no tienen voz y que sufren las consecuencias de los conflictos”. También ha denunciado “Lo que está sucediendo en Gaza tiene las características de un genocidio. Debería ser investigado cuidadosamente para determinar si encaja en la definición técnica formulada por juristas y organismos internacionales”.

Otro gesto profundamente simbólico ha sido el pesebre presentado recientemente, donde el Niño Jesús yace envuelto en una kufiya, el tradicional pañuelo palestino. Este detalle conmueve y nos invita a reflexionar sobre aquellos que sufren, particularmente en Belén —la tierra donde nació Jesús—, y en otras partes del mundo afectadas por la guerra. Ante esta escena, el Papa nos recuerda: “Ante este pesebre, recordamos a quienes, en Belén y en otras partes del mundo, sufren la tragedia de la guerra”.

Sí Jesús, el Dios que salva nació en territorio palestino. En este lugar, el Verbo se hizo carne, revelándose al mundo en una forma humana. Es misterioso que la palabra se haya tenido que encarnar para habitar entre nosotros para indicar el camino. Hay un pasaje en el Nuevo Testamento de la vida de Jesús que perfectamente revela la realidad de hoy “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos».

Sí, Dios salva y venció a la muerte. Con mayor premura, esta Navidad debe arrastrarnos a no cegarnos ante los niños y niñas que hoy mueren, y aquellos que, nacidos en territorio palestino, no han podido sobrevivir. Estas vidas no pueden quedar ocultas a nuestros ojos.

El compromiso con la palabra hecha carne nos exige construir nuevas narrativas y nuevos imaginarios de los cuales emerja una nueva humanidad. La palabra debe ser fuente de esperanza y no de perversidad. La narrativa que justifica la guerra no puede imponerse sobre el silencio de los gritos de miles de palestinos que han muerto y seguirán muriendo si no entendemos que la Navidad, despojada de todo significado consumista, nos confronta con la presencia de un niño que nos interpela con estas preguntas:

“¿Y si vuelvo a nacer en Belén? ¿Qué estarías haciendo tú?” 

¿Y si los niños de Palestina, hoy, estuvieran esperando a un mesías que los refugie y los libere de tanta miseria, pero no encontraran respuesta en los cristianos? Tal vez escribirían en un avión de papel, con la esperanza de que cruce los muros y se cuele por nuestras ventanas, estos versos del poeta palestino Mahmud Darwish

«¡Yo soy la víctima!». «¡No, yo soy
la única víctima!». Ellos no replicaron:
«Una víctima no mata a otra.
Y en esta historia hay un asesino
Y una víctima». Eran niños,
Recogían la nieve de los cipreses de Cristo
Y jugaban con los ángeles porque tenían
La misma edad…

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